

La calidad de vida de los pacientes con enfermedad hepática se ve afectada por los síntomas propios de la enfermedad, como fatiga, ascítis, encefalopatía y sangrado gastrointestinal. Este aspecto varía después del trasplante, ya que muchos pacientes reportan una mejoría, incluidos cambios psicológicos, pues la persona experimenta un estado de bienestar generalizado debido al cumplimiento de las expectativas (Abreo et al., sin fecha). Alarcón (2004) señala que esta mejoría se relaciona también con la posibilidad de regresar al trabajo, desarrollar actividades de su interés, e involucrarse con el cuidado de la familia. Pero este proceso implica desafíos propios del tratamiento, como los de la terapia inmunosupresora, cuyos efectos secundarios son: alteraciones metabólicas, procesos infecciosos y cambios en la apariencia física (ganancia de peso, acné, entre otras). El mismo autor señala que también el paciente debe enfrentar exigencias, como tener que permanecer aislado, someterse a un seguimiento frecuente, enfrentarse a la constante posibilidad de un rechazo del injerto, tener que modificar la dieta, la cantidad de actividad física y otras circunstancias. En este periodo postrasplante también es común presentar algunas reacciones emocionales displacenteras para el paciente y para quienes lo rodean, tales como angustia, ansiedad, depresión e irritabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario